Me quedé un momento anclada en
el lugar, atisbando su nuca calva y sinuosa. No salió del campus, pero tampoco
descubrí a donde fue.
Encaminé mis pasos al bebedero;
mis amigos, en la mayoría de las ocasiones se instalaban por ahí, en las bancas
o en el suelo mismo. Transité ese trayecto sin percatarme si me desviaba o no,
yo solamente había dado una orden a mi cerebro y esperaba que la cumpliera sin
intervenciones mías.
Iba con una sensación extraña
en el pecho; tal vez había cometido un error. Sin embargo, él había iniciado
esa escala enorme de errores, y esperaba de antemano que no ocurriera otra
situación en la que él estuviese cerca.
La parte superior de mi cabeza ardía y mis
ojos se achicaban ante los rayo de sol. No necesité llegar hasta ellos, pues
Nick había ido a mi encuentro. Me sujetó de las muñecas y me apartó hacia el
techo de la torre principal del campus. Enseguida experimenté el fresco de la
sombra.
– ¿Qué ocurrió?– me preguntó
con la respiración agitada.
– ¿Con qué?– me desentendí.
–Si le pegaste fue porque algo
hizo mal contigo ¿No?– conjeturó sabiamente.
Como mis ojos ya no se sentían
heridos por el sol inmisericorde revisé el lugar con detalle y capté que uno
que otro estudiante merodeando por allí despreocupadamente sobre el pasto.
– ¿Estamos en break aún?–pregunté.
Aparté un mechón oscuro de mi
frente y le miré detenidamente. Estaba colorado como en todas las ocasiones que
se exponía innecesariamente al sol y además, me pareció que se encontraba algo
molesto.
–Bueno, sí. Pero Noe, ¿qué hay
del tipo? ¿Te dijo algo…am…feo? Porque si es así, yo…– y se hizo crujir los
nudillos. Di un respingo.
Entonces endurecí mi expresión.
–La verdad es que si. No del
todo pero si. Y, Nick, déjalo ¿quieres? No tiene caso, pues nunca más lo
volveré a ver.
Nick volvió a crujir los
nudillos y omití todo comentario sobre ello.
– ¿Qué te dijo?
– Nicolás, ¿esto es un
cuestionario?– le reclamé más divertida que molesta. Pero aquello no demostraba
mi conformidad con el trato de Nick-FBI.
–Si– contestó sin inmutarse. De
hecho creo que se infló.
– ¿Sabes? No tiene importancia;
pasó y ya. ¿Comiste? Pues yo no, y eso que tenía un poquitín de hambre. Pero pensándolo
bien, resistiría mejor las dos horas restantes con algo de carbohidratos en el
intestino. Digo, no quiero que mi quejumbroso estómago te desconcentre cuando estés
frente al profesor, ¿qué dices? ¿Una pizza?
Lo tenté con una sonrisa de
hermana pequeña y desalmada.
Sin embargo él pareció
embustirse mi charla por algún lado de su cuerpo que o era visible ante los
demás. Enarcó una ceja.
– ¿En serio eso es lo único que
tienes para distraer?– inquirió con sarcasmo.
–En realidad, no– informé
haciendo además de mover los pechos como bailarina de Pasapoga.
Él relajó las facciones y al
final se rindió y rió conmigo.
Nicolás, Nicoklaus o
sencillamente Nick se encontraba en la lista de personas indispensables e
imperdibles de mi vida.
Lo amaba y él a mí. Más no éramos
hermanos sanguíneos, ni novios ni ex novios. Tampoco nos hemos gustado alguna
vez.
Es extraño, lo sé. Nadie cree
que la conexión que nos une está fuera de los parámetros convencionales. Pero creo
que el amor es mucho más que una cogida de mano, un contrato matrimonial o una
expresión carnal y efímera.
Al menos conmigo funcionaba así.
Y estaba completamente feliz por ello. Nicolás no se fijaba en mi “belleza” o
en los movimientos femeninos que yo pudiese realizar; él no me trataba como una
mujer, me trataba como un humano. Así también lo hacía yo con él.
Partimos lentamente hacia el
pasillo cerca de los bebederos. Me empujó, suave, dos veces, molestándome con
el hombre aquel. Está de más decir que eso me hundió, pero no se lo dije porque
por un extraño motivo eso me delataría; delataría lo mucho que me dolió esa
corta conversación con el hombre calvo-rapado.
Cuando estábamos cerca de mis
amigos, Emily levantó una mano anormalmente pálida y lisa en señal de
bienvenida. Respondí a su saludo con la misma alegría aunque por dentro
continuaba desequilibrada. Todavía no sabía cómo interpretar lo sucedido
recientemente. Claro, me sentía ofendida por la burla que hizo de mí y a la vez
me carcomía esa especie de “auxilio” que atisbé en su mirada. Pero preferí dejar
el tema; ya, más tarde tendría tiempo de analizar y descuartizarme.
Emily estaba sentada en el suelo
de cemento (del pasillo que llevaba a los bebederos) con esa naturalidad que
siempre he admirado de ella. Emily era una chica libre, de mejillas coloradas,
pelo castaño claro y con un acento intrincado. Ella vivió hasta los ocho años
en Manhattan, Estados
Unidos, y nos contaba como un día cualquiera encontrabas un plasma
tirado en la basura de la vereda, en buen estado y todo, lanzado allí sólo
porque los dueños habían comprado algo mejor y más tecnológico. Yo le decía que
un día de estos volara a Manhattan y nos trajera regalos gratis cortesía del
tacho de la basura de la esquina. Entonces ella reía tanto que fácilmente podías
contar sus dientes blancos y diminutos sin apuros.
Emily también era una de mis
personas favoritas e indispensables.
A su lado estaba Leo, que era
el más serio pero también el más sincero. Siempre podías contar con él y sus
silencios eran una inyección de paz para mí. En realidad para todos.
Si bien con Leo, Emily y Nick
no compartíamos la misma sangre, apellidos o crianzas similares, nos considerábamos
una pequeña familia extravagante.
Me senté frente a Emily y al
lado de Leo y sentí el frío cemento en mis piernas. Nick que se había rezagado
no lo hizo. Alguien le había llamado desde otro grupo y él se disculpó con un
gesto.
–Ya vuelvo– anunció con esa
sonrisa interminable.
En cierto modo experimenté
alivio, pues Nick ya no avivaría más preguntas sobre el hombre calvo frente a
mis otros amigos, quienes no dejarían de azorarme a preguntas.
–Okey– le respondió Emily.
Me reí, no de ella, sino de la
sensación reconfortante que me inundó la cercanía de ellos. El episodio con el hombre
calvo parecía alejarse, hasta que…
– ¿Qué ocurrió con ese chico?–
inquirió ella, que de golpe y porrazo cambió su tradicional expresión de paz
con el mundo a indignada. Un morral abierto y beige descansaba sobre su regazo
dejando a la vista una botella con agua de té verde.
–Mmm…, no lo sé–me escabullí. Mirando
objetivamente, era una respuesta bastante sincera. «No lo sé»
–Le pegaste, chica– bromeó Leo.
Eso me sorprendió pues él se hallaba inmerso, con lentes y demases, en los
deberes de Economía y nunca se despegada de ellos, ni nada referente a esa
clase. De repente me azotó un horrible pensamiento: tal vez media población del
campus había estado vigilando la bochornosa escena mientras yo sólo trataba de
olvidarlo.
–No, no es cierto. Así “pegar”,
no. Más o menos.
Leo levantó la cabeza de su
cuaderno y me dedicó una de sus cejas que tan bien sabía levantar.
–Bueno, si– concedí al fin,
ante ese gesto.
– ¿Por qué?– se extrañó Emily. Una
ráfaga de aire desordenó su cabellos y ella lo apartó con sus dedos delicados–
Que yo sepa tú no vas por la vida pegando a gente, así que debe existir un
motivo.
Suspiré tan fuerte que me dolió
el esófago.
– ¿Ya comieron?– consulté. Bien,
esto no funcionó con Nick, pero tenía fervientes esperanzas a que si lo haría
con Leo y Emily.
Fue un acto mecánico, los dos
esbozaron gestos faciales de incredulidad.
Leo, que volvió a sus deberes y
tenía la nariz hundida en ellos, dijo solemnemente:
–Deberías ser más creativa. Siempre
que estás ansiosa hablas de comida. Eso ya lo tenemos grabado, ¿verdad Emily?
Emily asintió preocupada.
–Chicos, en serio, no fue nada.
Ya pasó. Sería mejor que revisáramos los ejercicios de Economía. Tengo dos,
quizá, cinco que no me cuadran y…
Noté el calor de mis mejillas. Pero
aquí estaba fresco y aun así me sentía sofocada.
–Podríamos hacerlo– se animó
Leo mientras borraba y tachaba en un claro gesto de salvavidas hacía mi.
Me sentí aliviada por ello,
hasta ver la expresión de Emily que asintió y apretó los labios clavando su
atención en el suelo. No obstante, de pronto, Emily soltó un grito mirando su
reloj de pulsera:
–Good Lord! You are kidding me!? Shit, oh god… (*)
–Emily, no creo que sea de buena educación vincular
en una sola frase las palabras “Dios” y “mierda”– observé.
Leo soltó una risotada y Emily puso los ojos
blancos y traduje aquello como un mal augurio.
– ¡Hace cinco minutos deberíamos estar en
clases! ¡Vamos! Ya saben cómo es Leonard,
un neurótico, si, pero dirá que no estamos aptos para futuras negociaciones si
llegamos tarde a clases. Puede bajarnos la nota, ya saben lo…
–Emily, Thank
you– Leo detuvo a mi amiga. Cerró fuertemente el cuaderno y lo lanzó sin
miramientos a la mochila. Nos levantamos y a Emily se le cayó la botella. La recogió
y partimos.
Nick nos alcanzó con gesto relajado junto a
otros tres compañeros que no paraban de reír. Al menos la reprimenda sería
compartida.
Leonardo o Leonard como lo llama Emily es nuestro profesor de Gestión
Publicitaria y Economía. Frente a él cualquiera se sentía de vuelta a la
básica, así que no era de extrañarse que nos comportáramos así.
Cuando entramos a la sala (ubicada sólo a
unos largos metros más allá del los bebederos) la mitad de la clase se hallaba
inmersa corrigiendo a última hora los deberes.
Fue bastante tranquilizador mirar la mesa
principal sin Leonardo; esto significaba que el retrasado era él. Sonreí para
mis adentros ante la doble intención de la frase.
– ¿Qué tal? ¿Consiguieron la cinco? Pues yo
si– dijo Nick detrás de mí. Me di vuelta con Emily a mi lado y vi que él
blandía una hoja blanca en la mano como bandera de conquista. Luego agregó: –
Como soy la solidaridad personificada o Nicoklaus se las regalo, chicas y Leo–
inclinó la cabeza para mirar a Leo.
–No, gracias, prefiero quedarme con mi versión del asunto. – dijo Leo.
–Como quieras– respondió Nick para nada
ofendido, sonriendo. Nos miró, a Emily y a mí y preguntó blandiendo la hoja
frente a nuestras narices: – ¿Chicas, qué dicen?
Rayos,
justamente la cinco era mi talón de Aquiles. Sopesé la característica negativa
de copiar trabajos ajenos y opté por hacer el bien.
–Dámela– ordené a Nick. Él me la entregó
complacido y me senté en un banco de la primera fila, cerca de las ventanas con
Emily, por supuesto, a mi lado. Nick y Leo se acomodaron detrás de nosotras y
se enfrascaron en una discusión distendida sobre videojuegos, a la cual no presté
atención.
– ¿Crees que estará correcta?– inquirió
Emily mordisqueándose el labio inferior mirando de reojo la hoja– Anoche habré
intentado unas seis veces y nada. Nunca me dio.
–Fé ante todo– contesté. Saqué el primer
lápiz que encontré y me dispuse a copiar. Emily hizo lo mismo, sonriendo.
Tres segundos después, el veterano y huraño
Leonardo llegaba rengueando a la clase. Traía un montón de cuadernos apilados
sobre sus brazos y eso le ponía de peor humor. Detrás de él venían dos hombres,
charlando sin preocupación alguna e ignorando los gestos de Leonardo.
Me fijé inadecuadamente quienes eran esos hombres
puesto que jamás nadie había osado colarse en las clases de Leonardo; era como
un suicidio personal más o menos. Uno de ellos lo reconocí de inmediato, pues
era nuestro jefe de carrera, barrigudo, de aspecto respetable y sonrisa
educada. El otro…bueno me dio un vuelco al corazón porque el otro hombre el
muchacho calvo que me había hablado hace poco.
No logré hilvanar pensamiento alguno, sólo
fui capaz de atender a los acontecimientos que pronto iniciarían un cambio
feroz en mi apacible y corriente vida.
(*)Traducción: “Dios mío,
estás bromeándome?! Mierda, oh dios…